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Monday, March 17, 2008

El gato y el cuervo. (Fragmento)

La llegada de Zuki al vecindario fue un gran acontecimiento y no precisamente para el vecindario.

Le costó un poco acostumbrarse al tapete acrílico que cubría todo el apartamento y que ahora sería su nuevo hogar.

Con la cola en alto, las orejas levantadas y atento a cada nuevo sonido, Zuki se internó en closets, ranuras, alacenas, debajo de muebles, camas, encima del computador, detrás de la nevera. Metió la cabeza en la taza del baño y bebió, como de costumbre, el agua para él bendita. Tanta cosa nueva era demasiado para un sólo día.

¿Dónde estará la puerta de salida a la calle, a la libertad?- se preguntaba. Y olfateandolo todo, a la vuelta de cada esquina esperaba encontrarla. Pero lo único que hallaba era otra puerta hacia otra habitación.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no por la tristeza, sino por la reacción alérgica que el tapete le causaba. Un estornudo seco y decisivo, acabó momentáneamente con el recorrido. No había puerta de salida, para ir a jugar con las ardillas, las mariposas o las lombrices; para cazar moscas, escapar de los perros del vecino o merodear en otras casas en busca de gatos sin oficio como él.

Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más. Esta vez, no era la alergia.

Le tomo una hora recorrer todo el apartamento, olerlo, marcarlo y hacerlo suyo. Sólo faltaba un área por reclamar.

Se sentó para descansar un momento y de repente, sus pupilas se dilataron hasta formar dos gigantescas bolas negras rodeadas de un bordecillo amarillento. Fue ahí cuando la vio. La puerta hacia la libertad. ¿Cómo pudo dudar que sus dueños iban a dejarlo prisionero entre cuatro paredes y un tapete que le causaba alergias? Nunca le harían algo así. Ahí estaba su puerta y era mas grande de lo que imaginaba. La luz entraba a raudales acompañada por un torrente de sonidos familiares de gorriones, ardillas, autos, voces humanas, repudiables podadoras de pasto, abejas, moscas. Con la luz y los sonidos, también se colaban los aromas de la calle, enredados en una brisa tibia de comienzo de verano. Las lágrimas se le secaron.

Como en cámara lenta, sus patas emprendieron la marcha y en un crescendo imparable fueron acelerando el rumbo hacia su ansiada libertad. Atravesó el umbral de la puerta tan rápido que apenas y tuvo tiempo de esquivar un muro inmenso que bordeaba toda la terraza. Frenó en seco y sin pensarlo ni por un segundo, saltó y aterrizó sobre el muro.

Su corazón dio un brinco, sus orejas se estiraron tanto hacia atrás que le dolían y sus ojos no podían dar crédito a lo que estaban presenciando. El mundo a sus pies. La copas de los árboles estaban al mismo nivel de su nariz.

Podía verlo todo, la ciudad entera; todos los árboles del mundo se habían congregado frente a su terraza. Enormes masas verdes entre los edificios de concreto, danzando al viento y cantando con la brisa entre sus ramas. El sol empezaba a ocultarse y teñía de rojo todo lo que tocaba. Zuki se sentía el rey de un palacio construido en el pico de una gran montaña, mientras presenciaba el más bello atardecer con sus ojos de gato.

A su pelaje completamente negro lo interrumpía brevemente una mancha blanca en el pecho, que le daba un aire de pingüino o de elegante caballero vestido con sacoleva.

Esa negrura, fue la que muchas veces le causó problemas con los cuervos. Por alguna razón, desde pequeñito atrajo la atención de estas aves, que siempre estaban al acecho cuando se arriesgaba a explorar el jardin.

En una de esas ocasiones, habia salido al jardin a explorar nuevos territorios. De la cabeza a la cola no medía más que unos cuantos centímetros y sin embargo, desplegaba la osadia de un león cuando se veia en peligro. Mientras le seguia el paso a una mariposa, notó que ciertos animales emplumados se congregaban alrededor suyo, y le gritaban desde las cornizas del tejado.

Era un ruido ensordecedor, unos graznidos que se podian escuchar a 50 cuadras de distancia. Pero a pesar de lo aterradores que llegaban a ser, Zuki los miraba más con curiosidad que con miedo.

Encontraba particularmente extraño que ambos tuvieran exactamente el mismo color y pudieran entenderse. Pero él tenía pelo, cola y cuatro patas y los maullidos que salían de su boca sonaban completamente diferente a los de ellos.

Si no eran gatos, entonces ¿qué eran esas extrañas criaturas? Mientras se preguntaba esto, uno de los cuervos, el más grande, emprendió el vuelo en picada directamente hacia él, que aun no se percataba del peligro.

Un segundo antes de que el cuervo lo atacara, su dueña corrió a rescatarlo y lo llevó sano y salvo adentro de la casa.
El cuervo, pasó rasanteando la yerba del jardín, y con un malabar cirquero, se volvió a posar momentáneamente en la corniza. Zuki, que ahora lo observaba desde la ventana de la cocina, oia los graznidos afuera y seguía preguntándose, qué clase de gatos serían aquellos...

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